En el libro del Apocalipsis, San Juan describe a una mujer envuelta por el sol, con la luna bajo sus pies y con una corona de doce estrellas en la cabeza. Estaba en cinta y a punto de dar a luz y gemía con los dolores del parto. Un enorme dragón viene a devorar al hijo de la mujer, pero ese niño es llevado hasta Dios a un trono para reinar sobre todas las naciones.
La serpiente que tentó a nuestros primeros padres Adán y Eva, y que causó la caída de toda la humanidad, el diablo, pensaba haber triunfado. Pero la visión de San Juan que hemos escuchado nos demuestra como otra mujer da a luz a un niño que es más poderoso que el enemigo, más poderoso que el dragón. Un niño que viene a triunfar sobre el mal.
Esta mujer del Apocalipsis es la Virgen María, la madre del niño que nació en Belén la noche de Navidad, el niño quien creció y por su muerte y resurrección a derrotado a la serpiente, al dragón.
La Virgen María Nuestra Madre es la Nueva Eva, la mujer envuelta por el sol, con la luna bajo sus pies y con una corona de doce estrellas. Nuestra Señora de Guadalupe es una imagen Bíblica milagrosamente plasmada en la tilma del humilde San Juan Diego, donde vemos claramente que la Virgen María es más poderosa que el sol y la luna, coronada por su Hijo como reina del cielo y de la tierra.
Dios Padre pudo salvarnos de cualquier manera, pero San Pablo nos recuerda que “al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estábamos bajo la ley, a fin de hacernos hijos suyos.”
Dios Padre escogió a María Santísima para que tenga un papel único en nuestra salvación. Es por medio de María, la mujer envuelta por el sol, que Dios se ha hecho hombre, y es por medio de ella, que Jesucristo continúa manifestándose en nuestras vidas. Donde esta Jesús, esta María. Donde esta María, esta Jesús. ¡No hay competencia entre ellos!
Cuanto más imitamos a Cristo en nuestras vidas, más queremos a María como madre nuestra. Cuanto más somos hermanos y hermanas de Cristo, más somos también hijos de María, madre nuestra.
Cuando la Virgen María, bajó del cielo al Tepeyac en 1531, pronunció un mensaje de amor y esperanza para un pueblo que se encontraba en medio de cambios e incertidumbres. Todo había cambiado. La llegada de los españoles había revolucionado la vida y las creencias de los indígenas. El descubrimiento de un mundo nuevo y pueblos nuevos había confundido y puesto en duda muchas creencias europeas.
La Santísima Virgen pidió en sus propias palabras, que se construya un templo para ella poder mostrar y dar todo su amor, compasión, auxilio y defensa, para que allí los moradores de esta tierra la invoquen y confíen en ella, para allí oír sus lamentos y remediar todas sus miserias, penas y dolores.
¡Que consuelo habrá sido escuchar estas palabras para el pobre San Juan Diego! La Virgen le da consuelo y auxilio en un momento de tanto cambio y duda. Este mensaje de la Virgen fue un mensaje para aquellos que vivieron en 1531, pero el mensaje es relevante hoy para nosotros. La Virgen María quiere ser nuestro amparo hoy, quiere auxiliarnos, dándonos el fruto de su vientre, a su hijo Jesús.
Dios nos ha enviado a su Madre para ayudarnos en la lucha de la vida diaria, para consolarnos en nuestras penas y fortalecer nuestra fe. Nuestra Madre de Guadalupe nos trae el mensaje de Su hijo, un mensaje de fe, esperanza y caridad.
Cada uno de nosotros presentes hoy, venimos buscando esta ayuda y compasión que nos promete la Virgen María. Cada uno de nosotros cargamos cruces, ya sean enfermedades, tristezas o preocupaciones. Cargamos nuestras ansiedades, incertidumbres, dudas y penas. Pero aquí estamos hoy presentes como Pueblo de Dios buscando ayuda y consuelo de Nuestra Madre que nos ama, que nos cuida y que nos ofrece el amor y la misericordia de Su Hijo.
Aquí encontramos paz cuando nos mantenemos fieles a Dios, especialmente en nuestra asistencia a la Misa cada domingo. Dios nos pide que santifiquemos el domingo, que le consagremos un tiempo para la oración. Ir a Misa, especialmente en familia, da estabilidad a la familia, da un ejemplo a los hijos, y trae unión en el matrimonio.
Si tienen aún a sus niños pequeños, lo mejor que pueden darles es el ejemplo de asistir a Misa, enseñarles a ser hombres y mujeres de Dios, hombres y mujeres de bien. Hoy en día, al joven se le bombardea con puntos de vista contrarios, que los confunde, que los aparta de Dios, que los aparta de sus familias y de sus raíces. Enséñenles a sus hijos a amar y a servir a Dios con el ejemplo. Ustedes mismos amen y sirvan a Dios y encontrarán paz y estabilidad en la casa. Si no dan el ejemplo como padres, sus hijos en el futuro se encontrarán perdidos y sin fe.
Nuestra Madre de Guadalupe nos aseguró que en su amor materno encontraremos todo lo que necesitamos. ¿Verdaderamente creemos que en Dios encontraremos todo? ¿Qué solo necesitamos buscar a Dios para ser felices y que todo lo demás se nos será dado por añadidura?
Pidámosle a Nuestro Señor Jesucristo que abra nuestros corazones a recibir su perdón y su paz. Pidámosle a Nuestra Madre que interceda por nosotros ante Su Hijo, que podamos ser herederos de su promesa a todos los moradores de esta tierra.